martes, 23 de junio de 2015

La mujer del espejo.

- Una vez más, Angie... ¿Entiendes el juego?

No, no lo entiende, pero asiente. Asiente porque nuestra pequeña se propuso hace mucho, mucho tiempo, no admitir nunca una derrota, ¿y quién es ella para obligarla a aceptar su ignorancia? Ángela nunca baja la cabeza, nunca se rinde, nunca se deja ser débil. Sin embargo, la sonrisa pícara de Luna aparece delicadamente desde su comisura, adelantándose a la jugada, conociendo mejor las reglas del juego. No es malvada, pero ha aprendido las mismas reglas de vida que Angie, justo en el sentido contrario. A ella no le importa romper las reglas, a ella no le importa jugar. Manipular, mentir, engañar, cualquier cosa para protegerse a sí misma. No saca provecho, sólo sobrevive.

- No me mires así... Es complicado. A ver, repítemelo de nuevo, debo de haberme... despistado o algo. - La pelirroja está nerviosa, y la niña del pelo de colores lo sabe, lo sabe y lo aprovecha, como siempre. Mentiría si negase que Angie le da miedo. Las amistades le dan miedo, todas le han abandonado tarde o temprano, y la sonrisa sincera y temerosa de Ángela no provoca menos temor. Ay, si supiera lo aterrorizada que está nuestra pelirroja... -  Entonces dices que... ¿no quieres que nadie sepa que te conozco?

Justo cuando la joven del pelo de colores va a contestar, la puerta del cuarto de Angie se abre sin más, Joshua entra con prisas, el pelo tan alborotado como siempre y la sonrisa iluminándole la mirada como nunca. Angie mira a la joven a su lado, esperando alguno de sus comentarios puntillosos, pero ésta permanece en silencio, y Joshua ni le presta atención, mientras balbucea algo acerca de "un programa maravilloso" y "hacernos millonarios". Toma las manos de nuestra pequeña ángel y la levanta casi a rastras de la cama, y sólo cuando ya cruzan la puerta, Angie echa un último vistazo a la cama y, sólo entonces, se da cuenta de que Luna nunca ha estado allí. Es entonces cuando Luna se apoya en su hombro y susurra.

- Ahora sí, Angie, ahora entiendes el juego...

martes, 31 de marzo de 2015

De kilometros y mares

A la pequeña gata de Cheshire la felicidad nunca le dura demasiado. Da igual que se lo curre poco, mucho o nada, que se deje las ganas en el intento, o las uñas, o las lágrimas. Da igual lo que haga, si lo sabremos bien, que a la pequeña dama siempre se le escapan los príncipes por la ventana y las alegrías rumbo a las estrellas.

Ella sabe que no debería basar su sonrisa en la de otra persona, pero, ¿qué le podemos enseñar a nuestro ángel que no sepa ya? Ella es feliz, y luego se enamora. Se enamora y entrega todo su ser a quien ama, sin tener en cuenta ni siquiera que quizás no sea correspondida. O que si lo es, pasará algo, sea lo que sea, y la dañará. Ya ha pasado muchas veces por ello. Ha visto, una y otra vez, como el amor se marchaba. Aldo. Sergio. Y todos los que vinieron después. Por descuido, por desamor, o porque otra vino para llevárselo. Que era en realidad cuando más dolía, cuando tenía que verles salir de su vida sabiendo que una vez más no había sido suficiente para ellos.

Angie está sentada en el balcón, encogida en su rincón y tratando de vislumbrar, a lo lejos, la ciudad que dejó para encontrarse a sí misma. Es obvio que no va a ver nada, les separan 2000 kilómetros de tierra, mar y sentimientos, pero por alguna razón ella sigue mirando hacia las montañas, esperando ver algo. Le han vuelto a romper el corazón, aunque no es definitivo. Con ella prácticamente nada es definitivo hasta que ella dice basta, y lo dice bastante poco. Casi nunca. Sólo cuando ha perdido la esperanza. Y ahora está mirando a las montañas en busca del mar, en busca de las olas que le traigan lo que alguien se llevó, y no sabe qué hacer. Sólo llora, bajito, en silencio, porque es aún temprano y todos están ya en casa y alguien la podría oír. Y podrían tratar de ayudarla.

Y ella no quiere ayuda. Sólo quiere que él vuelva.

domingo, 22 de febrero de 2015

(Torn)ado

Angie está cansada. Harta de los golpes de la vida, que en vez e darle un toque de atención de vez en cuando la ha subido a un ring de boxeo y está cerca de noquearla con tantos golpes al pecho. Está harta de permitir que la gente se acerque a ella, toque su corazón y luego se largue cuando más ayuda necesita. Está harta de darlo todo. Y harta de la casa. De su cuarto. De su vida. Y de todo.

De repente, arrastra con sus manos todo lo que hay sobre el escritorio, con rabia. Lo mismo hace con cada mesa que ve en su cuarto, con la estantería, el armario. Todo se va al suelo sin dudarlo, sin importar qué se puede romper o qué no. Vuelca la cama, golpea todo lo que ve, rompe fotos e incluso arranca las cortinas.

Y sólo cuando no queda nada quieto en el cuarto es cuando se da cuenta de que está llorando, de que ha estado gritando, de que algún cristal roto le ha cortado el brazo al rozarlo...

Sólo entonces se da cuenta de que ha tocado fondo.

jueves, 1 de enero de 2015

No hay titulo para esta declaración.

Sola es más feliz, y lo sabe. Lo sabe, lo siente así cada vez que se hace el silencio, cada vez que el piso se queda vacío, cada vez que lo único que enturbia sus pensamientos es el sonido de la música que nace de algún punto de la casa, esa música elegida por ella, sea para animarla o para deprimirla aún más.

El silencio no la traiciona, no la usa, no la convierte en un objeto sin sentimientos como sí hace la mayor parte de las personas que la conocen. Todos, piensa nuestra Angie, ¿y quién soy yo para corregirla sino sólo un humilde narrador de las penas y alegrías de la niña? Ella quiere estar sola, quiere hacerse daño estando sola, o emborracharse, o ser feliz, ¿qué más da si todo es lo mismo? Ángela querida, no te hagas esto...

En el momento en el que la felicidad y la desgracia empezaron a ser la misma cosa, una parte de Ángela murió. Pero de eso hace tanto, tanto tiempo, que en parte ella ya ni sabe ser feliz. Sólo sabe seguir adelante buscando esa parte de sí misma en todo lo que cree que la puede ayudar. Necesita de corazón a alguien que la ayude, que la empuje en otra dirección, pero siempre que encuentra a la persona que sabe hacerlo, ve como otra mujer se lo lleva de la mano, eliminando cualquier posibilidad de ser feliz.

Y da igual cuantas veces le diga el mundo que la felicidad no la da otra persona, ella sabe que su pedacito de corazón lo tiene otra persona y lo necesita. Lo quiere de vuelta, y no parará hasta encontrarlo.

Hasta que deje de lamerse las heridas y sea otra persona quien le seque la sangre de las muñecas.

O hasta que no quede sangre que secar.