martes, 27 de diciembre de 2011

Un año en blanco

No pensó en nada. Simplemente abrió el grifo de la ducha y dejó que el agua caliente le golpeara el cuerpo, que empapara su ropa, que se diluyera con sus propias lágrimas, con su sudor, con todo lo que era ella aquella noche. Desde pequeña el agua caliente había tenido un efecto sedante en ella, quizás provocado por todas las noches que su madre la bañó cantándole para que dejara al resto de la casa descansar... Y era precisamente eso lo que buscaba, un sedante, algo que la llevara directamente a la inconsciencia, que no le provocara resaca al día siguiente, que no le cobrara caro el hecho de querer olvidar. 

El agua seguía cayendo, y como un acto reflejo comenzó a despojarse de su ropa mojada, lanzándola fuera de la ducha, oyendo, sobre el ruido de las gotas de agua chocando contra las paredes de la bañera, el golpe de las prendas contra el suelo de la habitación. No lo provocaba, no era ella, así rato que estaba en modo automático. Quién te ha visto y quién te ve, Ángela mía, esta noche sólo eres un robot. 

Si hubiera estado atenta a algo que no fuera aquel repetitivo ruido del agua contra el suelo habría escuchado el sonido de la puerta de la entrada abriéndose, dejando entrar a alguien que ella no esperaba, y cerrándose poco después. Habría escuchado los pasos, zapatos sobre la moqueta, guiándose solos hacía el baño. Si hubiera sido Ángela, habría oído la puerta del baño abrirse, y ya la vecina del tercero habría escuchado sus gritos escandalizada, porque "Quién demonios te crees que eres para entrar en el baño mientras me ducho" es lo más bonito que ella le ha soltado a alguien que ha osado entrar al cuarto. Pero ella no es ella esta noche. Ella no lo puede ser más. Está derrotada, y el agua ya no estaba tan caliente, más bien fría, pero le daba igual, el agua seguía chocándole en la espalda, el sonido seguía repitiéndose una y otra y otra vez, y ella ya no sentía nada. 

 - Así que ahora que él no está para recordarte que no puedes darte por vencida piensas rendirte, ¿no? - Cerró los ojos y respiró hondo, una, dos, tres veces. Es tu imaginación, Ángela. O quizás no. ¿Ya notas el frío? Tiritó, el agua helada empezaba a quemar al contacto con su piel. No era un sueño. No era una pesadilla. No era su imaginación - Ángela, te estoy hablando. Sal de la ducha. - ¿Ahora puede darte órdenes, pequeña? Pero qué más da, tú no eres quién eras. 

O sí... Quién sabe. Eso sólo lo sabes tú.

Porque... ¿Donde estabas entonces, Ángela? Eso es lo que todos te reprochaban, ¿no? ¿Donde estabas cuando te necesitó? Tú lo sabes. Y él también. Y ese... ser que te habla desde la puerta del baño también lo sabe. 

Las tornas se cambiaron. Para tu desgracia.

 - Para empezar, no sé quién te crees para darme órdenes, Aldo. Volver un día despues de estar más de un año sin dar señales de vida no te da derecho a entrar en mi casa sin ser invitado. Incluso si... - Dejó la frase en el aire, no pudo acabarla, aun no es real en su mente. Suspiró, respiró hondo y lo intentó de nuevo, como él le enseñó - Y en segundo lugar no sé como demonios se supone que voy a salir de la ducha si tú estás en la puerta como un maldito pervertido... 

La puerta del baño se cerró de un golpe, y ella suspiró, ni aliviada ni nerviosa, simplemente por rutina, antes de salir de la ducha y comenzar a secarse. Ya vestida, plantada delante del espejo, no pudo evitar buscar con la mirada a su amigo, siempre plantado tras de ella, siempre dispuesto a apoyar el mentón en su hombro y decirle lo hermosa que estaba... 

 - Te fuiste cuando más te necesitaba, Sergio...