jueves, 4 de octubre de 2012

Los cambios empiezan por dentro.


Delante del espejo, parada en el tiempo y en el espacio, sonriente. Con aquella sonrisa de Cheshire que una vez la caracterizó, los labios recién mojados por lágrimas que no recuerda si eran de tristeza o alegría. Alguien le dijo una vez que los cambios empezaban desde dentro, desde uno mismo, y que el mundo no cambiaría si ella no se movía primero. Ya no recordaba si había sido Aldo, Nat o su psicóloga en el pueblo. Quizás incluso fue Ernie, quién sabe, la pobre Ángela sólo recuerda la frase y el sentimiento de que aquellas palabras estaban demasiado redichas en un mundo tan vacío. En su momento, cuando las palabras salieron de la boca de esa persona, anónima ahora en su cabeza, lanzó el vaso que tenía en su mano contra la pared y maldijo a quién las inventó. Sí, definitivamente eso tuvo que ser antes de mudarse a la capital.
Pero ahora, parándose a pensarlo, quizá no andaba tan errada. Es cierto que algunas cosas pasan por mucho que uno trate de cambiarlas, pero otras... Quizás quedarse en casa no era la opción. Quizás Natalia tenía razón. Quizá dar un paso adelante y tres hacia atrás sólo la empujaría a su destrucción. Quizás, quizás, quizás...
Suena el timbre de la puerta y Ángela levanta por primera vez en casi una hora la vista de las tijeras que mantiene, firme, atrapando un mechón de su pelo. La levanta hasta mirarse a sí misma a los ojos, y sonríe, sonríe como si sus penas fueran inventadas y pesaran lo que pesa el viento. Deja con sumo cuidado el instrumento sobre el estante y camina, arrastrando ligeramente los pies por el pasillo, hasta detenerse ante la puerta aún sonriente. Al abrir se encuentra con los morros fruncidos de Natalia, que pasan a ser una sonrisa curiosa al descubrirla contenta. 
 - ¿Alguna razón en especial para recibirme así? - La mira de arriba abajo, guiñándole un ojo antes de entrar a la estancia, dirigiéndose directamente a la cafetera mientras Ángela se asoma, extrañada, al pasillo , esperando encontrar al "amigo guardaespaldas" de Nat, como ella ha bautizado a Alberto desde que le conoció. - No busques mucho, probablemente no le vuelvas a ver. Hay tíos que no se aprenden sus roles. - La voz de Natalia queda ahogada por el sonido de la cafetera, y nuestra querida Angie aprende de esta misma manera que la vida de Nat siempre será el mar de secretos para ella, dispuesto a ahogarla si trata de sumergirse mucho en él. Se encoge de hombros y cierra la puerta, caminando hasta la barra americana de la cocina y sentándose en un taburete mientras Nat sigue trasteando con la cafetera. - Sigo esperando tu excusa para estar en camisa y calcetines a las cuatro de la tarde, Ángela. ¿Algún visitante secreto en el cuarto libre? Porque no me voy a ir sin conocerlo...
- ¡No, no! - Se ríe aunque sienta una punzada en el pecho, de recuerdos que Natalia no sabe que recuerda y que duelen tanto como siempre han dolido y dolerán. - Simplemente... Hoy quería cambiar. 
- ¿Así, sin más? ¿Te levantaste y dijiste "Hoy voy a volver a ser yo"? - Nunca usa la palabra "normal", porque, ¿desde cuándo Ángela es una persona normal? 
Ángela sonríe y asiente, agarrando con las dos manos la taza que Natalia le pasa y soplándose suavemente la superficie del líquido que la llena. Nat abre los ojos, asombrada, pero acaba sonriendo con ella. 
- Pues nos vamos de compras. - Y aquello es otra señal, y Angie lo sabe, sabe que es la señal de que Nat necesita desahogarse, y Angie puede estar loca pero sabe sumar dos más dos, así que asiente tratando de que la sonrisa no se le vaya. 
Los cambios empiezan por dentro. Angie no lo ha olvidado, no ha olvidado sus planes de cambiar. O de volver a ser quién era. Pero ¿tiene que cambiar justo ahora que la única persona que parece interesarse por ella y cuidarla la necesita? Los cambios empiezan por dentro. 
Los cambios empiezan por dentro. Y preocuparse por alguien, sea por ella misma o por Natalia, ya es un cambio.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Cabrón.

[SMS] Era más facil aguantar el silencio cuando lo ahogabas tú a base de risas, canciones y palabrotas.

Cabrón. El sonido del móvil la despierta, y después de leer el mensaje le es imposible volverse a dormir. Piensa en levantarse y dejarse caer dormida en el marco de la ventana, pero hasta algo tan simple como eso le trae malos recuerdos, así  que se queda durante un rato sentada allí, en la cama, con la espalda contra la pared y respirando tan hondo como puede para no empezar a hiperventilar. Cabrón. ¿Ahora la echa de menos? Sigue respirando hondo, Ángela, no dejes que esto te desborde.
Pero la niña que hay en su interior parece reírse de ella, y acaba por golpear las mantas hasta lograr salir de la cama, huyendo como puede de todos los recuerdos que su habitación le trae. Sin embargo salir al pasillo sólo le trae más y más recuerdos, y cada vez se siente más y más ahogada, no puede más, no quiere poder más, así que se pone sobre el pijama un chándal y sale corriendo del piso, trastabillando en las escaleras y golpeándose contra la pared tras caer un par de escalones. Llora, y llorando se da cuenta de que está hiperventilando y ya hasta ve borroso, y eso la hace llorar más. Llega como puede a la calle y para un taxi con aspavientos, teniendo la suerte de que el hombre se da cuenta de su estado y la lleva casi volando al hospital. Allí finalmente se desploma, quizás por cansancio, quizás por la medicación que le acaban de inyectar, quién sabe, Angie sólo sabe que en sus sueños sale el maldito mensaje, pero ya no son letras parpadeantes en la pantalla de un teléfono, sino él mismo, en cuerpo y ¿alma? susurrándole al oído cosas que ella nunca más creerá.
Despierta al día siguiente, y tras recibir instrucciones del médico de guardia que la atendió, se deja arrastrar por Natalia hasta el coche, en silencio. Ángela no sabe cómo ha llegado Natalia hasta allí, quién le dijo que la fuera a buscar, o por qué no la está bombardeando con preguntas sobre qué le provocó aquella ansiedad, pero sigue cansada, y ella tampoco pregunta. Se queda mirando a la nada con la cabeza apoyada en el cristal, y repite el ritual al llegar al piso, de nuevo en pijama, de nuevo en el marco de la ventana, de nuevo mirando a la nada, casi dormida. Y, de nuevo, después de tanto tiempo, sintiendo sus lágrimas pegándose al cristal. Cabrón.