sábado, 2 de febrero de 2013

Vacío.

La casa se veía malditamente vacía, y no era sólo desde el punto de vista de la esquina del cuarto de Ángela. Era el dichoso piso completo, carente de vida y bullicio, excepto el de los pasos que la muchacha daba al asegurarse de no dejar nada atrás, a excepción de lo que ya estaba allí el día que ella llegó a la Capital en el pobre autobús que hacía la ruta desde su pueblo. Ambos dormitorios estaban ahora completamente vacíos, las paredes blancas y mustias, el alféizar de la ventana sin los cojines donde Ángela solía quedarse dormida. Ya no había sofá en el que tirarse en el salón al llegar de marcha con los pies doloridos, ni la cafetera en la cocina para calmar la resaca. La casa estaba, por fin, vacía, y Ángela sentía que no era sólo la casa la que se había quedado vacía. - ¿Ángela? - Una voz la sacó de su ensimismamiento, haciéndola girar la cabeza hacia la puerta principal. - El piso ya está listo para devolver las llaves... Será mejor que nos vayamos ya. - La chica sólo asintió, sin cruzar una sola palabra con quien trataba de animarla, y salió de la casa tratando de no arrastrar los tacones con sus pasos. 
Se detuvo en todas y cada una de las viviendas del edificio, despidiéndose de mayores y jóvenes  disculpándose por su música a demasiado volumen a horas intempestivas, o por olvidarse siempre de comprar harina y andar pidiéndosela a ellos, y luego, con una sonrisa triste en el rostro, salió del edificio. Se acabó una etapa, ángel mío, pero, ¿quién dice que eso sea malo?
Adiós Aldo, adiós Sergio, hola... Nueva vida.



Continuará...