miércoles, 12 de marzo de 2014

Primer paso.

Hace frío, y por alguna razón Ángela echa de menos su pequeño rincón, el alféizar de la ventana del cuarto, siempre frío pero a su vez con esa extraña energía que parecía atraerla cada noche de insomnio. Pero está realmente lejos de aquella habitación, de la casa, de todos esos recuerdos e incluso de la Isla, y ahora la pequeñuela está deambulando por la casa en busca de su nuevo rincón. Ha probado todas las ventanas, y ninguna le vale. También probó, por simple literatura y de paso para saber que tan reales eran los libros que en su día leyó, a esconderse en los brazos de quien dormía a su lado, pero no surtió mucho efecto, aparte de relajarla un poco debido al aroma que el chico siempre despedía y que tenía más poder sobre ella que toda la lavanda del mundo (pero no más que su querido café, ella ya lo sabía). El sofá es inútil, la bañera es inútil, y todo es inútil en aquella casa porque aún no la siente como suya para nada, y siente que vuelve a ser la niña que no tenía casa ni nada mínimamente parecido a un hogar, ésa que ella detesta y que no quiere serlo jamás, porque 18 años fueron muchos años, porque cuando Aldo se fue, el muy capullo la hizo sentir igual que como ella se sintió todos aquellos angustiosos años, y porque Angie se había prometido no volver a sentirse extranjera en su casa. Pero así se siente, y eso duele.

No va a despertarle. Siempre recurre a él cuando pasan estas cosas, pero nuestro ángel tiene siempre la mente en las nubes, ¡y es que piensa que le va a acabar aburriendo de tanto acudir a él como si fuera su psicólogo! Angie le deja al margen, por una vez, y sigue probando huequecitos, e incluso se escapa de puntillas escaleras arriba para probar la azotea del pequeño bloque de viviendas, pero todo es en balde, y acaba volviendo a casa con la cabeza baja y los ojos vidriosos. Sabe que con el tiempo, todos esos sentimientos desaparecerán. La casa será cada vez un poco más suya, quizá un cuadro en aquella pared, un par de tazas llamativas en la cocina, alguna marca de quemado sobre la mesa por sus prisas... Las cortinas del salón, y las del baño, las sábanas del cuarto... Todo será un poco más "nosotros" y un poco menos "él", pero ahora está sola, despierta, a oscuras y con frío, en el centro del salón, y quiere rendirse y volverse a casa.

Sin embargo, por alguna razón que no lograré entender jamás, acaba arrastrando los pies hasta la puerta al final del salón, esa que da al balcón. Había olvidado que está cerrado con cristal, así que realmente es una terraza. No se está mal. No es la estancia más cálida de mundo, obviamente, pero a la pequeñuela le atrae esa energía que le encanta, sonriendo de repente. Está vacío, pero Angie ve en él un gran potencial. Es el mismo potencial que ve en sí misma, algo pequeño y vacío, que puede ser moldeado para llegar a ser, de alguna manera, el centro de toda la casa, pero olvidado por todos sus usuarios como si no valiera nada, y acaba sonriendo de forma inconsciente, eligiendo sin saberlo el mejor rincón de la terraza para sentarse y ver la Luna desde su posición.

Paso a paso, ángel mío. La mayor batalla de todas requiere de un primer movimiento.

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