lunes, 10 de marzo de 2014

Cambio de sentido

Es difícil rehacer tu vida en prácticamente todas las situaciones que te obligan a empezar de cero. La muerte de alguien cercano, perder tu trabajo, una ruptura sentimental... O incluso, como es el caso de nuestra pequeñuela, la llegada de ese temido momento en el que toca cerrar todas las heridas que la vida, el tiempo y las malas decisiones había abierto en su tierna piel. Era extremadamente raro para Ángela desembalar todas sus cajas, vaciar las maletas y cerrar los cajones en una nueva habitación de una nueva casa de una nueva ciudad, pero algo le decía que era la decisión acertada para la dirección correcta, y ese alguien, por una vez, no era ni un hombre cruzando temporalmente su camino, ni un psicólogo prepotente creyéndose con derecho a juzgar su obra y vida a base de sesiones de 45 minutos a la semana.

No, esta vez era ella misma la que sentía que todo iba a ir bien.

Aún, como siempre, querida Ángela, creerlo mucho no equivale a que sea así. Hay problemas buscando trabajo, hay problemas consiguiendo que la dejen estudiar en donde está en lugar de donde estaba, hay problemas con la familia y hay problemas consigo misma. Con sus miedos. Con sus recuerdos. Con el fantasma de Sergio volviendo una vez cada ciertos días a recordarle que está muerto, perdido en algún lugar del mundo y olvidandola. Con todos sus otros fantasmas recordándole que puede correr, pero no esconderse. Con esa pequeña vocecita que le susurra al oído que no, ella no merece nada bueno en la vida.

- Angie, ¿sigues aquí o ya te has vuelto a marchar a Londres? - Una sonrisa burlona, pero tierna, trata de enmascarar la mirada preocupada de quién, frente a Ángela, chasquea los dedos para traerla de vuelta a casa, con una taza de café con leche caliente y humeante en la mano. - Ya te lo he dicho, pelirroja, no te vayas sin mí. - Su risa es casi un murmullo, pero a nuestra pequeña le recuerda al arrullo de un río, y le encanta. Por eso se enamoró de esa risa, y de todo lo que él significaba, prácticamente sin darse cuenta. Mucho después de irse de la ciudad, mucho después de encontrar la salida de su laberinto.

Él no era, ni mucho menos, la luz al final del tunel. Pero era el portador de ese magnífico farolillo que trataba de iluminarle, sólo un poquito, el camino. Y todos sabemos que nuestra pequeña Ángela siempre ha necesitado un poco de ayuda, por muy sarcástica que se crea.

- Sabes que no me iría sin ti. Y Nat puede matarme si me voy sin ella, también. De hecho, creo que mejor le mando un mensaje para que se pase a tomarse el café aquí, que estoy gandula y quiero ser un burrito de mantas en el salón en vez de congelarme el culo en la calle. - Se ríe. Y es una risa limpia, sincera, esa que le enamoró a él. Pobre iluso, si supiera que esa risa nació el día que se conocieron, a lo mejor no tendría tanto miedo.

Pero, ¿quién no tiene miedo cuando tiene un ángel a su lado?

No hay comentarios: