martes, 19 de junio de 2012

Vuelta a la vida, vuelta a los orígenes.

Despertarse en el sofá no era la mejor opción, eso era algo que Ángela siempre había detestado. Daba igual que fuera viendo una película con su padre, o sentada en los sillones del balcón mientras hablaba con su hermana. Siempre había odiado la sensación de despertarse de una siesta demasiado larga para ser sana y demasiado corta para ser reconfortante. Y sin embargo allí estaba ella, caído sobre un lado del sofá, los ojos pegajosos y la boca pastosa, y el cuerpo adolorido, como si todo ella le tratara de gritar que había dejado demasiadas cosas "para mañana" y había hecho demasiado pocas "para ayer". 

Abrir los ojos sólo le permitió darse cuenta de que era preferible haber seguido dormida. Quién te ha visto y quién te ve, Ángela mía, ¿volvemos a las andadas? Los tacones demostraban en una sola imagen el desastre que había resultado aquella cita, viendo cómo colgaba uno de los tacones del zapato. Su vestido estaba deshecho, y aún llevaba sobre sus hombros la chaqueta que el chico de la noche anterior había depositado sobre sus hombros justo antes de obligarla a salir del local. Se atrevió por fin a levantarse, trastabillando y tocando el suelo con las manos mucho antes de darse cuenta de que se había caído. Malditos tacones, ¿a quién se le ocurre caminar con ellos estando rotos? 

Su tobillo volvió a recordarle los acontecimientos de la noche, cómo aquella chica la había forzado a levantar la cabeza y marcharse antes de ser ella la que se acercara a saludar a Aldo. Aldo... ¿Cómo había cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Cómo pudo haberse dejado llevar de aquella manera por aquella arpía que al final sólo buscaba lo que buscaba, jugar con él, con sus sentimientos, jugar con ambos hasta que no quedara nada de la amistad que una vez, dos años antes, había caracterizado a los dos chicos que se peleaban por lo mal inquilina que era y por lo bien que preparaba los crêpes? De él sólo quedaba un estúpido esqueleto andante y una sonrisa que antes era sincera y ahora era sardónica e hiriente. De ella... De ella no queda nada. Ni tan siquiera estaba ya Sergio para recordarle que él volvería a ser él... Ángela quería levantarse, y no sólo era una metáfora. Quería levantarse del piso pero para ello necesitaba primero quitarse los tacones, y no se sentía capaz de doblar las rodillas.
Sin embargo antes de que ella reuniera las fuerzas para llevar sus piernas a su pecho, una mano suave rodeó su brazo, levantandola de un salto. - Eh, tú, ¿no piensas ayudarme? Ésta no se mantiene sola, ayúdame a llevarla al baño. - Ángela giró la cara, reconociendo al momento la sonrisa de arpía que empezaba a relacionar con tanta facilidad con la mano que siempre la levantaba del suelo. - ¿N-Nat...? - No conocía de nada a aquella mujer que de repente parecía saberlo todo de ella. - Siempre igual, siempre... Voy a tener que indignarme con las tías como tú, que las ayudo y luego nada... - La cabeza de Ángela daba mil vueltas, no tenía tiempo de pensar quién demonios la llevaba del brazo aquella vez. Nat... Nat... ¿Quién era ella? ¿Qué hacía en su vida?
Arrastrando los pies logró llegar hasta el baño, donde el chico la ayudó a sentarse en el borde de la bañera antes de darse media vuelta para salir de la habitación. - ¿Quién eres? Ella sé que es Nat, pero tú... - El chico levantó la mirada, cruzándola con la de ella antes de darse de nuevo la vuelta y salir. - No habla mucho, vas a tener que insistir si quieres que Alberto cruce contigo más de una o dos palabras... - Natalia sonreía de nuevo, y aquello empezaba a sacar de quicio a Ángela, ¿quién se creía ella para sonreír cuando a Angie no le quedaban fuerzas ni para sacarse los tacones? - No pienses que te voy a ayudar con esos tacones, Angie. Si no puedes desnudarte, te ducharé con ropa. No tengo reparos, como ves... - Con mala gana, Ángela se inclinó y comenzó a quitarse la ropa, primero los tacones, luego las medias, y ya al final aquella chaqueta cuyo olor parecía calmarla. Con el vestido Natalia pareció tener más compasión, ayudándola a bajar la cremallera y desabrochandole también el sujetador, antes de apartarse y sentarse sobre la tapa del inodoro. - ¿Piensas quedarte ahí, N-Nati? - Angela no estaba acostumbrada a que nadie la viera desnuda, y por ello trataba de ocultar sus pechos con sus brazos. - Llámame Nat. Nati... Buah, venga, también Nati, pero no Natalia, nunca Natalia. Y sí, obviamente pienso quedarme aquí, no me gusta la idea de que te desmayes o que empieces a llorar ahí tirada... - Ángela seguía incómoda, nunca nadie había tratado de saltarse sus normas y Nat parecía decidida a no obedecer ni una. Pobre niña que se creía reina del mundo... 
Entró en la ducha y sólo cuando cerró la mampara se sintió lo suficientemente segura como para terminar de desnudarse, antes de abrir la ducha y sentir el golpe certero del agua fría sobre su piel, y un minuto más tarde, el agua caliente que comenzaba a brotar del grifo. Suspiró antes de apoyar sus manos en la pared, sintiendo de nuevo el peso de todo su mundo sobre su espalda. - Nos conocimos hace tiempo. Aún no habías abandonado la universidad. Yo era... No era tan dura como me ves ahora. Me llamabas Natalia, no Nati, por mucho que lo intentara. Aún no habías perdido la cabeza... - Ángela recordaba. 

Recordaba aquella chica que por un momento le dio miedo, parecía tan segura de si misma... Pero tenía razón, menos que ahora. Menos que ahora que parecía una súcubo dispuesta a convertirla en nada. ¡Pero si ya eres nada, Ángela! - ¿Me... me ayudarás? ¿Me vas a sacar de aquí? - Nat suspiró, se levantó y abrió la mampara de la ducha, mirando directamente a los ojos al desastre humano que era ahora Angie, y sin importarle que se estuviera mojando le ofreció la mano. - Te voy a devolver a la vida. 

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