lunes, 11 de junio de 2012

Baile De Máscaras En El Siglo XXI



Se mojó los labios una vez más, notando cómo se curvaba la comisura de su labio al recordar la timidez que tan sólo un par de días atrás la caracterizaba, y que con toda probabilidad volvería a ser seña de identidad de su personalidad cuando volviera a casa. Pero ahora no, ahora sólo podía mirar aquel rostro y juguetear con su copa, esperando que el hielo diluyera mejor el contenido de alcohol de su copa y así no estuviera ebria para cuando todo pasara. El ruido de la música inundaba todo, haciendo imposible cualquier tipo de comunicación más que la que el cuerpo era capaz de proporcionar.

Se mojó los labios una vez más y sonrió, viendo como el joven frente a ella comenzaba a dar señales de interés, tras horas sentada en aquel taburete. Su mirada no había cambiado de objetivo en toda la noche, salvo en un instante en el que sus ojos se posaron en los de alguien que, desde una mesa en la otra punta de la abarrotada sala, tenía los ojos clavados en ella. Parpadeó lentamente antes de devolver su atención al chico sentado frente a ella, ajeno al cruce de miradas entre ella y el chico del final de la sala. No estaba acostumbrada a recibir miradas ajenas, e incluso se encontraba fuera de lugar con aquel vestido y los zapatos de tacón rojo. Con una sonrisa y un batir de pestañas se levantó presurosa de su asiento, llegando a empujones hasta el baño de señoras que por alguna razón parecía ahora extrañamente vacío. 

Tratando de llegar a uno de los aseos notó cómo el húmedo suelo se movía bajo sus pies, haciendo que la suela de uno de los tacones cediera y ella diera de bruces contra el contrachapado azul, notando al instante un fuerte dolor en el tobillo. Nada podía ir peor, aquel chico se iría y ella volvería a casa sola una vez más. Había trabajado demasiado en aquella noche, y una vez más ella y sólo ella iba a destruir sus oportunidades. El mero pensamiento hizo que le faltara el aire, notando como el mundo giraba sobre su cabeza antes de meterse de rodillas en uno de los aseos, sin preocuparse siquiera en cerrar la puerta. Su cuerpo parecía incapaz de retener azúcar, agua y alcohol, que era lo único que ella recordaba haber tomado en todo el día, y entre toses y estertores vació el contenido de su estómago, notando en menos de un minuto cómo las lágrimas le corrían por las mejillas, probablemente destrozando el maquillaje en el que había trabajado durante tantas horas. Daba igual todo en aquel momento, ella sabía que él se iría y que volvería sola a casa, sola pese al esfuerzo para que todo fuera perfecto. 

Se oyó la puerta del baño abrirse, primero una vez seguida de una decena de taconeos, y luego, al rato, cuando su estómago ya estaba vacío y ella se preparaba para levantarse, otro taconeo, fuerte, enérgico, seguido de un golpe seco de una mano contra las puertas de los aseos, uno a uno hasta encontrarla. - Se suponía que te ibas a encargar de todo. Se suponía que eras lo suficientemente fuerte como para no rendirte. Y aquí estás, vomitando y llorando y demostrando que nunca debí haber supuesto que podrías hacerlo sola. - Cerró los ojos, esperando el tirón de sus cabellos, el golpe de su mano contra su cara, pero no llegó ninguno de ellos. Aquellos tacones sólo la alzaron del suelo con fuerza, dejando marcados sus dedos en el brazo de ella, y luego, con suma delicadeza, retiró con un pulgar el maquillaje y las lágrimas que se hallaban esparcidas por el rostro de ella. - ¿Aprenderás algún día a cuidar de tus propios asuntos, Angela? 

Su reflejo en el espejo parecía burlarse de ella, sonriendo a pesar del dolor que sentía. Entre aquella melena negra se distinguían ahora mechones cobrizos, las lentillas no ocultaban más sus ojos verdes. Su disfraz ya no servía, su máscara ya no tapaba su rostro. Salió mal, todo salió mal. Todo siempre salía mal en su vida. Sacudió la cabeza, cruzando la mirada por primera vez con la de aquella extraña de tacones negros y sonrisa de arpía, antes de que ésta señalara con un dedo el agua que manaba del grifo abierto. Antes de que la forzara a meter la cabeza bajo aquella pequeña cascada, se inclinó ligeramente y se limpió el rostro de todo rastro de maquillaje, viendo como la sonrisa de la extraña se difuminaba. - Estoy borracha, ¿verdad? Estoy borracha y tú no existes salvo en mi imaginación. Como Sergio. Tú no existes. Ángel o demonio tú no existes. - La extraña se rió, algo inusual para Ángela, y le ofreció la mano, manchada de khol y lágrimas. - Natalia, pero llámame Nat. Y soy demasiado original para ser fruto de tu imaginación. Pero tú sabes quién soy, sabes por qué estoy aquí y no mezclada entre la multitud o al lado del muchacho que no te ha quitado ojo esta noche. Tu misión era devolverle el golpe a Aldo, hacer que olvide quien es, que vuelva a ser quién era antes de... Y sin embargo aquí estás, llorando en la primera cita que tiene esta nueva... Mujer, con el nuevo hombre que dice ser. - Movió la cabeza de un lado a otro, negando la situación. - Te queda mucho que aprender. Hola, bienvenida a la academia de la vida. Creo que te tendré que dar alguna clase... - Se echó a reir, tan alto que su voz casi fue capaz de ocultar el sonido de la puerta abriendose de nuevo. 

No lo hizo, no obstante, y Angela se giró al momento, asustada por quién podría ser la intrusa esta vez. Nat se rió, saliendo por la puerta contenta, contoneando sus caderas al pasar al lado del chico que, tras cerrar la puerta, apoyó su cuerpo contra la puerta. Quería hablar, quería decirle algo, pero no pudo. Ángela sabía bien que pedirle un abrazo no era una opción, pero ya nada lo era, así que sólo pudo bajar la cabeza y caminar hacia él. - Llévame a casa, por favor... - Más que un susurro, su voz fue un quejido, pero sintiendose tan pérdida todo le dio igual, aun cuando notó sus mejillas sonrozarse. Él la miró de arriba abajo, algunos centímetros más alto que ella, y con un suspiro se quitó la chaqueta, forzandola a ponersela sobre aquel estúpido vestido. No la rozó, sólo permitió que ella le tomara del brazo para salir de la sala que, repleta, les servía de escondite para no ser vistos por la pareja que, en la mesa donde antes se mojaba los labios la chica, ahora hubiera otra mujer, misma sonrisa acobardada y mejillas sonrojadas, pero más teatro y más maquillaje. No lloró, aunque se supiera perdida. No cometió ningún error, ni uno sólo aquella noche. Ni tan siquiera cuando, ya en el sofá y aún con aquella chaqueta sobre sus hombros, pronunció las palabras que tanto problema le habían dado una y otra vez. - Espera... No te vayas. Por favor, quédate esta noche.

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